Una de las experiencias más gratificantes de mi experiencia lectora ha sido leer con mi hijo El Quijote (sí, ya sé que el nombre completo de la obra es más largo, pero así es más íntimo y cercano). Lo leíamos antes de dormir y para los dos era divertidísimo imaginar los escenarios, los gestos y la voz de este loco genial hablándoles a los venteros, trocando aldeanas en princesas y confundiendo delincuentes por nobles hombres cautivos. A medida que avanzábamos la lectura, Don Quijote despertaba nuevos asombros y Sancho también ganaba puntos en nuestra simpatía. Qué envidia sentía entonces de tener el valor de correr tras los sueños, de conservar la regia obstinación de actuar de acuerdo a los valores en los que se cree por propia elección. Y Sancho, el entrañable Sancho es un hombre paciente que, en el fondo también tiene la fuerza de seguir un sueño, una mítica isla del cual sería gobernador. Ni hablar de los episodios intercalados que son sugestivas historias que van más allá del mens...