Era Pedro un árbol frondoso de sombra generosa y mirada cálida. Su voz de argentino acento solía hablarnos de los años en que vivió en Mardel. En Argentina se casó, tuvo dos hijos y se enroló en labores políticas que finalmente lo trajeron de regreso al Perú. También estudió Artes Plásticas en Mar del Plata. Alto, coloradote, barbado y de trigada cabellera, Pedro siempre me dejaba la impresión de ser viento puro, una suerte de gigante translúcido nacido para despertar olvidados sueños y rezagadas locuras.Tuve la suerte de conocerlo en 1984. Entonces él era coordinador académico de la Escuela Nacional Superior Autónoma de Bellas Artes del Perú y yo, la novata y presumida profesora de Estética y Filosofía del arte (así como lo leen, en esos años la currícula de Bellas Artes incluía ambos cursos). Nos hicimos amigos de inmediato. Me dio grandes muestras de paciencia, amistad y fraterno compañerismo. Por mi parte, lo convertí en el oyente obligado de los poemas que integrarían mi primer libro. Más de un verso surgió de nuestras conversaciones. Nunca tuve la delicadeza de dedicarle ninguno de mis poemas. Era un hombre sabio en plena juventud y uno de nuestros pasatiempos era describir la personalidad, el talento y proyección de nuestros estudiantes. Los años nos dieron la razón. Sobre todo a ti, amigo querido.En 1992, nos dejamos de ver. Nos encontramos esporádicamente en una que otra galería. Recuerdo la luminosidad de su visita en uno de mis cumpleaños y nuestras entrañables conversaciones telefónicas. Me contaste que eras Director de Bellas Artes con el mismo tono que me decías que hace tiempo que no tomabas un buen mate. Nunca un directivo ha tenido tu desprendimiento, tu calidez de algodón de azúcar.Nunca pasé un mes sin recordarlo y sin embargo, llegué a pensar que era eterno o tal vez no quise compartir con él mis abdicaciones. Lo cierto es que dejé tu amistad aunque el cariño permaneció inmarcesible. Hace unos días, me acerqué a Bellas Artes a realizar un prosaico trámite administrativo. Me dijeron que partiste y que ya no te volveré a ver. Siento que el corazón pesa demasiado, los recuerdos, y la soledad que una vez pintaste en este cuadro que tengo frente a mí. La memoría me trae tu risa el día del obsequio. Era un día en que no celebrábamos nada, nada más que la maravilla de ser tan buenos amigos.
Es lunes. Algo de pereza. La ilusión de leer el artículo que espero cada semana. Es bueno empezar la semana con esta abrigadora rutina. Recuerdo a mi querida amiga Virginia Vílchez y leo la agenda que puntualmente publica cada semana. Tiene una queda y solitaria perseverancia. Hace dos años que tomamos un cafecito, tejimos mil proyectos y, como siempre, no volví. Tanto ruido de todas partes. Una canción resiste el bullicio de esta mañana. Arturo Cavero interpretando Cada domingo a las doce . Lo recuerdo comprando libros en una feria universitaria. Conversamos un rato. Compró uno de los míos al ver mi fotografía. Le agradecí el gesto y haberme ayudado en días anteriores cuando mi habitual torpeza provocó un verdadero estropicio de cajas de libros en el piso. Talento, sentimiento, nobleza y caballerosidad. Así vivirá en mi memoria. A continuación, les presento un artículo que expresa lo que quería decir. De modo que los libro de mis balbuceos y comparto con ustedes la precisa nota de Alo
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