
Diciembre ha sido un mes de dolencias físicas. Impedimiento para caminar y recorte de las alas de mi espíritu navideño. El mes termina y se lleva un año lleno de descubrimientos, epifanías espirituales y de mucha pereza literaria. Un año sabático en muchos aspectos y extremadamente laborioso en otros.
Arrugado y mustio, en un rincón de mi joyero, encuentro un diminuto papel que enunciaba mis intenciones para este año. Ha sido un buen año. He cumplido diez de doce intenciones; pero hay un mal sabor en el alma. No sé en qué momento le dije adiós a aquella escribana de deseos que escribió aquello. Poco importante me parece la beca que acabo de obtener, el viaje que emprenderé, las cosas que adquirí, los estudios que realicé. Más importante me parece aquello que yace en los extramuros de ese trozo de papel y que me devuelve a un sinfín de razones para la nostalgia.
Nostalgia de la poesía que no regresa, de los amigos que se fueron, de las tardes de cine con mi hijo, de los ideales colectivos, las canciones y los cafecitos más allá de las cadenas.
Salgo a mi balcón y me rodeo de noche. La Navidad pasó y prosigue la orgía de de luces y otros artilugios navideños como si el fin de esta civilización derrochadora de recursos no estuviese cerca. El ruido. Cada vez encuentro la ciudad más ruidosa, pero tal vez sea que han dejado de ser mis ruidos y no me reconozco en ellos. Yo tuve otros ruidos, agazapados murmullos que brotaban lo mismo de una fuente, que de un libro al cerrarse o la lluvia que caía durante horas para anegarme de júbilo. Cada generación crea sus ruidos y los míos se acallan y apenas los reconozco en este ligero roce de teclas.
Arrugado y mustio, en un rincón de mi joyero, encuentro un diminuto papel que enunciaba mis intenciones para este año. Ha sido un buen año. He cumplido diez de doce intenciones; pero hay un mal sabor en el alma. No sé en qué momento le dije adiós a aquella escribana de deseos que escribió aquello. Poco importante me parece la beca que acabo de obtener, el viaje que emprenderé, las cosas que adquirí, los estudios que realicé. Más importante me parece aquello que yace en los extramuros de ese trozo de papel y que me devuelve a un sinfín de razones para la nostalgia.
Nostalgia de la poesía que no regresa, de los amigos que se fueron, de las tardes de cine con mi hijo, de los ideales colectivos, las canciones y los cafecitos más allá de las cadenas.
Salgo a mi balcón y me rodeo de noche. La Navidad pasó y prosigue la orgía de de luces y otros artilugios navideños como si el fin de esta civilización derrochadora de recursos no estuviese cerca. El ruido. Cada vez encuentro la ciudad más ruidosa, pero tal vez sea que han dejado de ser mis ruidos y no me reconozco en ellos. Yo tuve otros ruidos, agazapados murmullos que brotaban lo mismo de una fuente, que de un libro al cerrarse o la lluvia que caía durante horas para anegarme de júbilo. Cada generación crea sus ruidos y los míos se acallan y apenas los reconozco en este ligero roce de teclas.
Comentarios
Tal vez será que un gato necesita mucha actividad. Ahora este gato está lleno de ideas y experiencias, pero falta un capitán que guíe este barco.
¿El Mago ya baila? Dios, la vida pasa sin que ningún instante nos traiga la alegría.
Sé que debo ir por Arica.
Miau