Ernesto Sábato ha partido. Deja muchas lecciones de vida y muchas honduras de la razón y la pasión sembradas en sus novelas. El 24 de junio de 1911 hubiera cumplido cien años dedicados a seguir los vientos de sus propias convicciones: cambió el laboratorio de físico núclear por la angustia de la hoja de papel en blanco, la comodidad de un escritor laureado por la defensa de los derechos humanos y una indeclinable convicción política. Nos deja su informe Nunca más que es un alegato contra las políticas de seguridad del estado en nombre de las cuales la dictadura argentina. Nos deja una obra sólida, con un estilo conciso y una facilidad para sumergirnos en los insondables y feroces abismos de la pasión, la soledad, y la zozobra moral. Sobre héroes y tumbas, El túnel, Abaddon el exterminador, Antes del fin, La resistencia son parte de la herencia que nos deja y que ya tienen vida propia. De La resistencia, comparto con ustedes un texto que nos conduce a las preocupaciones de Sábato en los últimos años.
Pero hay una manera de contribuir a la protección de la humanidad, y es no resignarse. No mirar con indiferencia cómo desaparece de nuestra mirada la infinita riqueza que forma el universo que nos rodea, con sus colores, sonidos y perfumes. Ya los mercados no son aquellos a los que iban las mujeres con sus puestos de frutas, de verduras, de carnes, verdadera fiesta de colores y olores, fiesta de la naturaleza en medio de la ciudad, atendidos por hombres que vociferaban entre sí, mientras nos contagiaban la gratitud por sus frutos. ¡Pensar que con Mamá íbamos a la pollería a comprar huevos que, en ese mismo momento, retiraban de las gallinas ponedoras! Ahora ya todo viene envasado y se ha comenzado a hacer las compras por computadora, a través de esa pantalla que será la ventana por la que los hombres sentirán la vida. Así de indiferente e intocable.
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