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Visitando a Noé


Ataviadas de una cámara y muchas ganas de entrevistar con Arturo Corcuera, una amiga y yo enrumbamos hacia Santa Inés. Es que no basta decir Chaclacayo; Santa Inés es uno de los destinos más entrañables de la poesía peruana y su fama, de aurora y guiño, ya recorre el mundo para alertarlo sobre el buen vivir que habita esa delirante y serena arca que es la casa del poeta Corcuera.

Arturo nos recibe con esa sonrisa tan suya que pareciera haberla ganado a duelo con una mañana de sol. Nos invita a pasar al jardín. Charlamos y al poco rato ya está respondiendo a nuestros ojos preguntones sobre los objetos que pueblan la casa y que nos ofrecen pistas sobre los otros, o los mismos, que aparecen en Noé Delirante. De pronto, estamos en un tiempo sin tiempo en el cual la poesía se explica a sí misma. El acto creativo se nos presenta a través de anécdotas, recuerdos, pinturas y objetos preciados. Nos olvidamos de la entrevista y lo seguimos, alegres, celebrantes, a través de esta casa luminosa y cálida. Grabados de Tilsa Tsuchiya, el mural de Gino Ceccarelli, una de las vírgenes de Rosamar, un telar de Respadiza y una puertecilla cubierta con fotos de tantos viajes y tantos escr los viajes de Arturo; Me fijo en una puertecilla cubierta de fotografías viajeras, encuentros con Saramago, Nicolás Guillén, Neruda, Humareda, Heraud, Calvo y mi queridísimo Leopoldo Chariarse. Ingresamos a una habitación pequeña, clara en la que viven los vástagos de la tecnología. Es uno de sus lugares de trabajo. Nos pide un momento de silencio, musita un extraño lenguaje y aparece un tordo que se posa cerca de él como si viviera para ese llamado. Arturo le da de comer granos de choclo y luego le dice que vaya a volar un rato. Me convenzo que este Noé de nuestros tiempos ha aprendido el lenguaje de las aves y tiene una evidente complicidad con ellas.

Finalmente, llega la entrevista, las preguntas que ya no quieren ser redundantes y la espontánea amabilidad de Corcuera. Tomamos algunas fotografías. Nos da ideas. Mira las fotos. Nos ayuda y nos despide con sendos abrazos.

Hace muchos años que no conversaba con Arturo y la verdad es que extrañaba, sin saberlo, a este mago de las metáforas cuyos ojos hacen retroceder a todos los años que se acumulan en los otros y desde los cuales me llega la nostalgia del oficio que extravié y que tanto ansío recuperar.

Gracias, querido Arturo, por regalarnos una mágica mañana.

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