De cómo te conviertes en fantasma
Todo empieza cuando permaneces mucho tiempo en tu zona de confort. Haces lo mismo diariamente, aprendes fórmulas de trabajo y las repites, tus opiniones nunca envejecen aunque ya no encajan en las nuevas realidades que van surgiendo. Esta inercia de vida va impidiendo que te relaciones con los demás de una manera empática, asertiva y cálida. Resulta que los percibes cada vez más cambiados y los asumes como extraños. Vives a la defensiva. Entonces dirás que nadie te entiende, nadie te valora porque nadie llega a tu altura de complejidad y te embriagas con la seguridad, que surge de la rutina poco antes de paralizarte. Por pereza o por temor no te arriesgas a salir de tu zona de confort para, por lo menos, merodear en tu zona de aprendizaje.
A pesar de tus esfuerzos por elogiar el pasado, el tiempo pasa, las personas cambian, las metodologías se desfasan y las instituciones se enferman si no evolucionan. Los fantasmas rechazan la innovación y han pasado tanto tiempo haciendo lo mismo que llega un momento en que el cambio no es viable ni siquiera como posibilidad. Arrojan al viento sus enconados gritos en los que siguen anunciando sus triunfos pasados, olvidando que el éxito no es un estado al que llegas para quedarte sino un momento de satisfacción breve al que arribas después de mucho esfuerzo y que, al instante, se convierte en pasado.
Cuando los fantasmas se apoderan de una institución
El estado fantasmal puede aparecer en muchos contextos. Surge en una familia, en una pareja, en una cultura o en una institución. Cuando los fantasmas se apoderan de una institución, es cuando hacen gala de sus mayores habilidades fantasmales. Si alguien llega a la institución tendrá que escuchar sus quejas de alma condenada a la que nada podría hacer sentirse bien. Su amargura es legítima porque les ha carcomido la maravillosa capacidad humana de celebrar la vida. Si el recién llegado menciona la palabra cambio, creatividad, innovación lo odiarán a muerte porque los conjura a un exorcismo al que no estarán dispuestos. Otras de las palabras que odian los fantasmillas era Libertad, espontaneidad, creatividad, democracia, empatía, ternura, trabajo en equipo. En un lugar hechizado, podrías escuchar las siguientes frases: “Acá siempre hacemos las cosas de este modo”, “no crea, cuando me sale mi parte humana yo también puedo conmoverme”, “tengo 30 años de experiencia y siempre me ha dado resultado”.
Así los verás, férreos guardianes de un pasado inexistente. Pesimismo, negación, amargura, insatisfacción de vida. Jamás una sonrisa, pues olvidaba contarles que los fantasmas no sonríen… solo han aprendido muecas para el sarcasmo y el resentimiento.
Así, también, recuerdo a unos fantasmillas que conocí y que despertaron, en mí,
gran curiosidad por las artes y males artes que esgrimían en sus batallas contra quienes les recordaban una vida saludable, plena, creativa y feliz. Desde la magnífica distancia de la cual disfruto, me apena recordarlos atrapados en sus propios espejos, en sus personalísimas cadenas. Pobrecillos. Se están perdiendo el siglo XXI y lo más penoso… hace mucho que se perdieron a sí mismos.
Comentarios
Saludos Dra. Martha
http://geogebraperu.blogspot.com/2014/08/en-tiempo-de-arlequines.html