
Escuchar atentamente es el primer paso que nos permitirá conocer qué preocupa a nuestros hijos y cuál es su estado emocional.
Los padres, de buena fe, creemos que para comunicarnos adecuadamente con nuestros hijos es suficiente el profundo amor que les tenemos, nuestra experiencia de la vida y la necesidad que ellos tienen de ser guiados y corregidos. Probablemente estos tres ingredientes, junto a una actitud responsable y madura, sean suficientes en muchas ocasiones para mantener una buena comunicación con nuestros hijos. Y tal vez, sería un esquema válido si no existieran los sentimientos.
El mundo emocional de su hijo en la niñez es tan o más complejo que el del adulto. La obvia diferencia generacional dificulta el entendimiento entre ambos y hace imprescindible que los padres aprendamos el arte de la comunicación para garantizar que decimos lo que queremos decir y, a la vez, escuchamos lo que realmente el niño siente y quiere decir. Esto puede parecer una trivialidad; pero en las relaciones cotidianas, los conflictos, la sobrecarga de trabajo y el cansancio ponen las relaciones entre padres e hijos en constante conflicto.
Nosotros, como adultos, sabemos que confiamos nuestros sentimientos, nuestros problemas y sueños sólo a aquella o aquellas personas que sabemos que realmente nos prestarán toda su atención y nos escucharán más allá de las palabras. A los niños y a los adolescentes les ocurre lo mismo. Y cuanto más pequeño es el niño, más necesita que prestemos oídos y atención a sus conflictos cotidianos por mucho que a nosotros, en ocasiones, nos parezcan intrascendentes.
Los padres tenemos que aprender a ser:
EMPÁTICOS: Situarnos en el lugar de nuestros hijos. Saber reconocer cuándo la vergüenza está a punto de paralizar la comunicación. No generar sentido de culpa en ellos. Hacerles sentir que su vulnerabilidad y su confusión también la hemos sentido y que, incluso siendo adultos, todavía nos embarga de vez en cuando. La empatía es convencer sinceramente a tus hijos que eres tan humano como ellos.
ASERTIVOS: La asertividad nos convierte en padres que saben decir las cosas en el momento oportuno, con el tono y la intensidad adecuada y con una auténtica honestidad. El padre asertivo no inventa excusas para no satisfacer un pedido de su hijo. Le dice con honestidad que no le es posible hacerlo y le da las razones para ello. Educar en asertividad es educar en una comunicación franca y sincera.
FIRMES y JUSTOS: Si las reglas están dadas, el incumplimiento de ellas generan sanciones que nuestros hijos deben conocer por adelantado. La sanción no debe depender de nuestro estado de ánimo. Por lo tanto, nuestros hijos deben saber que las infracciones traen consecuencias y que, sin embargo, nuestro amor por ellos permanece inalterable. Nunca diga frases como “si no dejas de ser tan desordenado, te voy a dejar de querer”. Ello es el más deplorable chantaje emocional y, con ello, sólo prepararemos a nuestros hijos para ser chantajeados emocionalmente por otras personas.
SENTIDO DEL HUMOR: Culturalmente, nos imaginamos que cuando los padres dan lecciones de buen vivir tienen los ceños adustos y el gesto circunspecto. Recuerde, usted, que nada hay más cálido que una sonrisa y nada se disfruta más que aquello que va acompañado con manifestaciones de alegría. El buen humor es un capital que nos inyecta de optimismo. Empiece a brindarle abundantes entregas de este capital a su hijo.
RESPETUOSOS: “Los hijos deben respeto a sus padres” es una frase que todos hemos escuchado en nuestro rol de hijos. Es muy cierto; pero, también es cierto que los padres deben respeto a sus hijos sin importar la edad que éstos tengan. Nuestros hijos no deben soportar nuestros exabruptos de mal humor, la enorme imposición de cumplir nuestros sueños frustrados o la indiferencia hacia sus propios sueños. Nuestros hijos son proyectos autónomos y no continuaciones de los nuestros.
Los padres, de buena fe, creemos que para comunicarnos adecuadamente con nuestros hijos es suficiente el profundo amor que les tenemos, nuestra experiencia de la vida y la necesidad que ellos tienen de ser guiados y corregidos. Probablemente estos tres ingredientes, junto a una actitud responsable y madura, sean suficientes en muchas ocasiones para mantener una buena comunicación con nuestros hijos. Y tal vez, sería un esquema válido si no existieran los sentimientos.
El mundo emocional de su hijo en la niñez es tan o más complejo que el del adulto. La obvia diferencia generacional dificulta el entendimiento entre ambos y hace imprescindible que los padres aprendamos el arte de la comunicación para garantizar que decimos lo que queremos decir y, a la vez, escuchamos lo que realmente el niño siente y quiere decir. Esto puede parecer una trivialidad; pero en las relaciones cotidianas, los conflictos, la sobrecarga de trabajo y el cansancio ponen las relaciones entre padres e hijos en constante conflicto.
Nosotros, como adultos, sabemos que confiamos nuestros sentimientos, nuestros problemas y sueños sólo a aquella o aquellas personas que sabemos que realmente nos prestarán toda su atención y nos escucharán más allá de las palabras. A los niños y a los adolescentes les ocurre lo mismo. Y cuanto más pequeño es el niño, más necesita que prestemos oídos y atención a sus conflictos cotidianos por mucho que a nosotros, en ocasiones, nos parezcan intrascendentes.
Los padres tenemos que aprender a ser:
EMPÁTICOS: Situarnos en el lugar de nuestros hijos. Saber reconocer cuándo la vergüenza está a punto de paralizar la comunicación. No generar sentido de culpa en ellos. Hacerles sentir que su vulnerabilidad y su confusión también la hemos sentido y que, incluso siendo adultos, todavía nos embarga de vez en cuando. La empatía es convencer sinceramente a tus hijos que eres tan humano como ellos.
ASERTIVOS: La asertividad nos convierte en padres que saben decir las cosas en el momento oportuno, con el tono y la intensidad adecuada y con una auténtica honestidad. El padre asertivo no inventa excusas para no satisfacer un pedido de su hijo. Le dice con honestidad que no le es posible hacerlo y le da las razones para ello. Educar en asertividad es educar en una comunicación franca y sincera.
FIRMES y JUSTOS: Si las reglas están dadas, el incumplimiento de ellas generan sanciones que nuestros hijos deben conocer por adelantado. La sanción no debe depender de nuestro estado de ánimo. Por lo tanto, nuestros hijos deben saber que las infracciones traen consecuencias y que, sin embargo, nuestro amor por ellos permanece inalterable. Nunca diga frases como “si no dejas de ser tan desordenado, te voy a dejar de querer”. Ello es el más deplorable chantaje emocional y, con ello, sólo prepararemos a nuestros hijos para ser chantajeados emocionalmente por otras personas.
SENTIDO DEL HUMOR: Culturalmente, nos imaginamos que cuando los padres dan lecciones de buen vivir tienen los ceños adustos y el gesto circunspecto. Recuerde, usted, que nada hay más cálido que una sonrisa y nada se disfruta más que aquello que va acompañado con manifestaciones de alegría. El buen humor es un capital que nos inyecta de optimismo. Empiece a brindarle abundantes entregas de este capital a su hijo.
RESPETUOSOS: “Los hijos deben respeto a sus padres” es una frase que todos hemos escuchado en nuestro rol de hijos. Es muy cierto; pero, también es cierto que los padres deben respeto a sus hijos sin importar la edad que éstos tengan. Nuestros hijos no deben soportar nuestros exabruptos de mal humor, la enorme imposición de cumplir nuestros sueños frustrados o la indiferencia hacia sus propios sueños. Nuestros hijos son proyectos autónomos y no continuaciones de los nuestros.
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