
Tenía poco más de quince años, creo que acababa de ingresar a la universidad. Una procesión del Señor de los Milagros, un acceso lateral al congreso y lo vi. Haya de la Torre era entonces un anciano legendario y carismático. Saludó. Estaba cerca. Le sonreí y, con la ingenuidad de esos años, creí que me devolvía la sonrisa. El segundo encuentro con el mito vivo se dio en La Colmena. Se trataba de una biografía. Estaba muy bien escrita y contaba muchas anécdotas de la niñez. Allí encontré por primera vez el nombre de Macedonio de La Torre, de quien decían que era el primo nobiliario de Haya. Nunca pude ver ninguna de sus pinturas. Siempre quise hacerlo. Eran una de esas curiosidades que duermen aletargadas y parecen tener el destino de los suspiros que no van a ninguna parte. Sobre la obra de este evasivo pintor, hablé con mi entrañable amigo Percy Murillo, también recuerdo haber platicado con Don de Juan Manuel Ugarte Eléspuru durante una entrevista que le hice a fines de los 80. Siempre la opinión era la misma. Macedonio de La Torre era un pintor bisiesto, fino y de gran talento.
Al fin he podido apreciar la obra de Macedonio de la Torre. La muestra está en el Centro Cultural Inca Garcilaso de la Cancillería (Jr. Ucayali 391, Lima) desde el 13 de noviembre y estará disponible hasta 1 de febrero del 2009, de martes a sábados de 10 a.m. a 7.30 p.m. y domingos de 10 a.m. a 6 p.m. El ingreso es libre.
Era como lo imaginaba y como me lo contaron. Un gran encuentro. Paisajes espirituales en los que la aurora y el ocaso, la vida y la muerte, la pasión y la ternura tejen encuentros y desencuentros.
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