
Hace unos años, parece ayer, Iñaki Urlezaga estuvo en Lima. Puedo recordarlo aún desafiando la gravedad, pulsando los mil tonos de la pasión y cautivando con su talento a todos los que tuvimos la suerte de verlo bailar.
Esta tarde, buscando mayor información sobre la crisis financiera que sacude el mundo, encontré una nota en El Clarín en la que el talentoso primer bailarín del Royal Ballet de Londres hablaba de sus inicios en el ballet. Para los que lo recuerdan, les transcribo parte de la nota que además me gustó por mostrarnos la pasión que encierra el hallazgo de una vocación:
"Cuando era chico, la típica salida de los domingos de mi familia era ir a Buenos Aires, al Ital Park. Y uno de esos domingos, íbamos por Carlos Pellegrini y mi mamá me dijo Ves, Iñaki, éste es el Colón. Haberme dicho eso y haberme mostrado el mundo, para mí fue lo mismo. Supe desde ese momento que ese lugar era para mí, que ahí me esperaba algo", recuerda. Entonces tenía apenas ocho años y ya había estudiado en la Escuela de Danzas de La Plata. "Siempre bailé: salía del colegio y bailaba", cuenta. La influencia viene por una tía, hermana de su madre, Lilian Giovine, quien fue bailarina del Ballet Estable del Teatro Argentino de La Plata. Desde aquel día en el que descubrió su lugar en el mundo, insistió hasta que lo anotaron en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón. "Mis papás me decían que era una locura viajar todos los días de La Plata a Buenos Aires, no existía la autopista entonces. Mi familia tenía una vida medianamente organizada y les rompí los esquemas. Jamás pensaron que esto iba a ser mi vida. Hubieran querido un hijo universitario y la nena bailarina, y resultó lo opuesto", confiesa. Cuando fueron a anotarlo, era noviembre y la inscripción ya estaba cerrada. "Pero tuve la buena fortuna de que faltaban varones, como siempre pasa, y me aceptaron. En marzo del año siguiente, con nueve años, comencé", dice. "Siempre digo que no debo ser tan bueno, si no más bien necesario...", arriesga. "La verdad es que el hecho de ser varón, ayuda", insiste, aunque se sabe no solamente necesario. La mamá lo llevaba todos los días, de lunes a sábados, y tomaba sus clases por la mañana. "No falté jamás en ocho años. Nunca llegué tarde ni me enfermé", recuerda. Por la tarde iba a una escuela pública, en La Plata. Y a la noche volvía a la Capital, para las funciones del Ballet. Concluyó la primaria y empezó a rendir libre la secundaria, pero no terminó. "Espero poder terminarla algún día, sobre todo por mí", expresa. "Sin el apoyo familiar, no hubiera logrado nada", reconoce.Tenía 14 años cuando ganó una beca de perfeccionamiento en The School of American Ballet, en los EE.UU., donde permaneció por un año. "Ahí conocí a un maestro europeo que me formó de una manera única, que fue Stanley Williams", cuenta. "Después volví, no quise quedarme para ingresar a la compañía. No sé por qué... Nueva York es una ciudad muy fría y extrañaba muchísimo a mi familia", relata. Estuvo seis meses en la Argentina, pero tampoco era acá donde quería estar. Y a los 15, solo, se fue a Londres, "donde empezó lo que sería mi carrera internacional". En 1995, invitado por Anthony Dowell, se unió al Royal Ballet de Londres como Primer Bailarín. Hace tres años, invitado por Ted Brandsen se unió como Principal Guest Dancer del Dutch National Ballet (Holanda)."Cuando me fui, no tenía nada para perder. Tenía todo para ganar. Pero tenía que alcanzarlo, con esfuerzo. Y agradezco que haya sido de ese modo, porque es lo único que te hace sustentable y hace creíbles los logros", asegura.
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